El hambre emocional se presenta de manera repentina con deseos de comer un alimento en específico. Siempre suele ser comida no saludable; sin embargo, una vez que logras satisfacer el antojo, esa “hambre” aparente no desaparece. Esto quiere decir que podrías seguir comiendo y, por lo tanto, terminar consumiendo más cantidad de la que necesitas.
El factor emocional afecta a la alimentación mucho más de los que pensamos. El estrés y las emociones nos lleva muchas veces a consumir alimentos que nos hacen sentir bien o que nos traen recuerdos. Sin embargo, el problema es cuando hay un sentimiento de necesidad incontrolable de comer para calmar las emociones, el estrés o sobrellevar a través del placer momentáneo que nos da la comida un mal momento.
Cuando realmente se sienten ganas de comer o el cuerpo necesita alimento, la sensación no viene acompañada de ansiedad. Al contrario, las ganas de comer se pueden saciar al ingerir alguna comida y no se sentirá hambre hasta después de unas horas. De lo contrario, cuando se tiene la necesidad de llevar comida a la boca de forma desesperada y esta necesidad surge de manera repentina, de un momento para otro, es muy probable que se trate de hambre emocional. Un tipo de hambre que no se sacia ni cesa aunque ingieras aquello que te apetece.
Ante esta ansiedad y necesidad de comer algo con urgencia, lo ideal sería hacer una pausa. Debemos identificar que emoción es la que está produciendo esa sensación. Respirar, relajarse y tomarse un tiempo puede calmar nuestra ansiedad de una forma mucho más tranquila que ingiriendo determinados productos. También puede ayudarte la práctica de ejercicio físico, pasear, escuchar la canción que te gusta...