El ayuno intermitente puede definirse como una abstinencia voluntaria de alimentos y bebidas por períodos específicos y recurrentes. Luego de 12 a 36 horas de ayuno, el cuerpo humano entra en un estado fisiológico de cetosis caracterizado por niveles bajos de glucosa en sangre, disminución del depósito de glucógeno en hígado, y la producción hepática de cuerpos derivados de la grasa, o cetonas, que sirven como fuente importante de energía para el cerebro.
La lógica que se esconde detrás de este hábito es la de “limpiar” el organismo, dejar descansar el sistema digestivo y también la de tratar de perder algo de peso. Lo que sí debemos tener claro es que no se trata de una dieta, y muchas personas han integrado esta práctica como una más en su forma de vida.
Sin embargo, el ayuno intermitente es peligroso, sobre todo cuando no está controlado por un especialista. Hay que tener especialmente cuidado con el ayuno intermitente en diabéticos. Los pacientes que la padezcan no deberían practicarlo, al igual que aquellos que tengan insuficiencia renal o las personas con una presión arterial baja. Para bajar de peso en todos estos casos es imprescindible que se haga bajo la supervisión médica para hacerlo de la manera adecuada y acorde a las patologías que existan.
No existe hoy en día ningún estudio en humanos que diga que hay beneficios mayores con el ayuno intermitente por horas en comparación a una dieta hipocalórica equilibrada. Hay personas que cenan temprano y entre comidas pasan 14 horas, se podría plantear respetar ese ayuno intermitente siempre que después haya hábitos alimentarios saludables y buena actividad física. El ayuno es una pauta que se debe plantear siempre y cuando el paciente sea capaz de llevar a cabo (que no pase hambre, que no le provoque ansiedad…).